No sé porqué...

Me levanté temprano como todos los días y salí rumbo a mi trabajo.
A esas horas de la mañana todo lo que hago son movimientos mecánicos. Gracias al ensayo y al error, a la repetición matutina de mis acciones, logro llegar sana y salva.
Me levanto, me baño, desayuno, me visto con la ropa que selecciono en el momento (todo eso me lleva menos de una hora) y salgo.
Me dispongo a manejar por las mismas calles y en los mismos horarios porque ya tengo estudiado hasta el tránsito. Conozco perfectamente los atajos y hasta cuántas canciones, por el tiempo que tardo, puedo escuchar en el trayecto.
Aunque lo mío parezca rutinario, solo se trata de una falta absoluta de coordinación en las mañanas y por eso tengo que ser reiterativa en mis actos. Mis extremidades funcionan por si mismas y hasta ahora, por suerte, no me han fallado.
Muchas veces me pregunto en que momento tomé determinada calle, cómo hice para pasar en ese instante por el lugar que estoy pasando. Si no recuerdo cuando salí cómo es que ya estoy llegando.
Me abstraigo de una manera increíble, perfecta. Y pienso... Y canto... Y vuelvo a pensar...
Por eso sigo sin entender porqué ayer mi mano derecha no fue directo a la compactera como lo hace habitualmente.
Porqué presionó el botón de la radio y apareció esa canción.
Tampoco sé porqué la dejé. Ni siquiera porqué me quedé muda y con la cabeza en blanco escuchando a Otero mientras cantaba.
No se porqué (o si se porqué), algunas lágrimas empezaron a recorrer mis mejillas.
Cosas que pasan: canciones a las que nunca les prestaste atención, no seguís a la banda, no tenes un maldito CD de ellos, jamás fuiste a uno de sus recitales ni te detuviste a mirarlos por televisión y sin embargo, terminas moqueando con esa letra que parece escrita especialmente para la ocasión y para vos.
Sí, lo sé, lloro por cualquier cosa. Pero aunque lo intente y abra los ojos enormes como los chicos para procurar que mis lágrimas no caigan, no se porqué no puedo evitarlo.